martes, 22 de febrero de 2011

Mujeres y Ciencia: Una porción del conocimiento a reivindicar


Siempre me ha llamado la atención los pocos nombres de mujeres que aparecen cuando se habla o se escribe sobre Ciencia y Tecnología a pesar del amplio campo del saber y del conocimiento que abarcan estas palabras. ¿Es que no hubo mujeres que se dedicaron a ellas? ¿Dónde están sus aportaciones a estas ramas del saber? ¿Eran tan mediocres que no merecían que perduraran? ¿Por qué ese vacío en los libros de texto? O lo que es peor todavía ¿por qué esta ausencia en épocas más recientes? Contestar a estas preguntas daría para escribir largo y tendido porque influyeron e influyen muchos factores a tener en cuenta. ¿Qué opináis sobre ello?
   Lo que quisiera recalcar es que a poco que se lea algo de ciencia ahí están ya desde los primeros escritos. Aparecen apenas esbozadas y en la mayoría de los casos solo figura el nombre y unos pocos datos sobre ellas. Casi siempre se conocen porque sus contemporáneos las nombraron en sus trabajos tomando sus logros como referencia. Y digo yo, que si tuvieron a bien mencionarlas creo  que sería por inteligentes y buenas profesionales, por lo que explica aun menos que ya desde la antigüedad se hayan conservado tan pocos trabajos suyos en comparación con sus compañeros masculinos.
      Y así centrándome sólo entre las primeras referencias escritas y hasta los siglos I y II se pueden poner como ejemplo a:

        Peseshet: aprox. 2.500 aC.  Egipto. Su nombre apareció en una estela de piedra en la tumba de su hijo Akhet-Hetep.  Y seguido de su nombre estaban su profesión y los cargos que ocupó: Mujer Doctor,  Supervisora de las Mujeres Doctores y Mujer Director de las Sacerdotisas. Ejerció su profesión cuando se estaba construyendo la pirámide de Keops. Debió de ser una figura muy importante para que se le hiciera una estela conmemorativa y que su hijo quisiese que le acompañase en la otra vida. Claro que también podría ser que estuviera enmadrado y no hacía nada e iba a ningún sitio sin la supervisión de mamá. Pero queda como ejemplo de la “libertad” que tenían las mujeres en el Antiguo Egipto que podían ejercer diferentes profesiones y llegar a lo más alto de  ellas, en comparación con otras culturas de su época y no digamos ya de muchísimas de las actuales. La piedra se conoce como Estela de Peseshet.
        Enheduanna: 2.354 aC. Mesopotamia. Astrónoma, Sacerdotisa de la Diosa Ningal (de la Luna), ayudó a la construcción de observatorios astronómicos dentro de varios templos, a levantar  mapas de los movimientos de los planetas y estrellas así como a la realización de un calendario religioso que sirvió como base para las celebraciones le las religiones hebrea  y católica. Fue la Regente Principal de la Astronomía y las Matemáticas en Babilonia. Era hija del rey Sargón.
         Tapputi-Belatekallin: 1.200 aC. Babilonia. Desarrolló técnicas que hoy llamaríamos Química para elaborar perfumes y cosméticos. Además ejercía de consejera de palacio.
        Agnodice: S. IV aC. Ateniense. Se tuvo que disfrazar de hombre para poder estudiar medicina y obstetricia en Alejandría, cuando regresó a Atenas ejerció su profesión (siempre disfrazada), con notable éxito entre la mujeres que requerían sus servicios. Sus compañeros de profesión por envidia y celos la denunciaron acusándola de “corromper a las esposas de los hombres” desveló entonces que era una mujer y fue condenada a muerte. Las mujeres de la aristocracia se revelaron ante los jueces amenazando con matarse también ellas, tal fue el revuelo que se montó que se le perdonó la sentencia y se le permitió seguir ejerciendo la medicina vestida como quisiese.
        Teano de Trotona: S. VI aC. Matemática, Filósofa y Médica griega. Estudió, escribió y enseñó en la escuela Pitagórica (la única que admitía mujeres en igualdad de condiciones con los hombres), a la muerte de su marido (Pitágoras), se encargó junto a su hija de dirigir la escuela. Apenas se conserva nada de lo que escribió, solo retazos y eso que se sabe que escribió tratados sobre matemáticas, la proporción áurea, filosofía, medicina, pediatría y obstetricia, entre otros.
        María la Judía: O la Hebrea, se cree que vivió entre los siglos I y II dC. Alquimista. Sentó las bases teóricas y prácticas de la química moderna. Fue la inventora del Balneum Mariae (Baño María), que se sigue utilizando en el laboratorio -y en la cocina-. Diseñó y construyó utensilios de laboratorio entre ellos un alambique, el Dibikos y/o el Tribike para la destilación y sublimación de las sustancias. Y el Kerotakis, un aparato de “reflujo” para aleaciones y coloración de metales que según los especialistas modernos es su mayor contribución a la Alquimia permitiendo que esta de el paso a la Química moderna.  De su obra escrita apenas se conserva gran cosa, el texto “María Practica” que firma como Miriam la Profetisa, y apenas unos fragmentos sueltos que con certeza se le pueden atribuir. Pero es mencionada y ensalzada como sabia en los textos de otros alquimistas que si han perdurado en el tiempo. 

      Esta es una pequeñísima muestra, quedándose en el tintero muchas mujeres de las que se sabe aun menos o poco más de lo que acabo de contar de las anteriores, así faltarían y no serían todas, por ejemplo a: Themistoclea (filósofa-matemática, maestra de Pitágoras), todas las pertenecientes a la Escuela Pitagórica (se conocen el nombre de 28 que serían, matemáticas, astrónomas, filósofas o médicas), Pitias de Assos (zoóloga marina), Aglaonike (astrónoma), Areté de Cirene (científica,), Soranos de Efeso (médica), Artemisa de Caria (botánica), Gargi (científica de la India), Cleopatra (S. I alquimista), Cleopatra (ginecóloga y obstetra), Aspasia (S.II ginecología y obstetricia), Filista (obstetricia), Lais (obstetricia), Salpe de Lemmnos (enfermedades de los ojos), Metrodora (enfermedades del útero, estomago y riñones). Todas ellas escribieron tratados sobre sus especialidades.

      Queda aún por dilucidar qué papel jugaron las mujeres en la Prehistoria en los campos de la ciencia y la tecnología, con que conocimientos y descubrimientos contribuyeron. En lo poco que he leído sobre Arqueología se nos adjudican como invención nuestra: la agricultura, el secado de plantas y carne (conservación de alimentos), el molino, el mortero, la cocción, el pan, el conocimiento de las plantas medicinales y la curación por ellas, así como la mezcla de sustancias tanto vegetales como minerales. Me parece que es simplificar mucho -a pesar de la gran importancia de todos ellos- que se acota demasiado el campo de actividades tanto de hombres como de mujeres, siempre interpretado como: ellas en la cueva o cabaña y ellos trotando por el campo o bosque en busca de caza. Hay algo que no me cuadra, sobre todo cuando se sabe que hasta la aparición de la agricultura y la Edad de los Metales, las relaciones entre los miembros de un mismo grupo o poblado eran mucho más igualitarias, que no había tanta diferenciación en las tareas que realizaban ambos sexos. Por esto me pregunto si las mujeres no aportaron nada a las herramientas para el hogar, la caza y a los aperos de pesca o los hombres algo a las invenciones adjudicadas a las mujeres. Y ya que siempre nos colocan al lado del puchero con el fuego encendido no sería una fémina la primera en conocer y observar cómo la arena de alrededor del fuego -formada por minerales- se convertía en vidrio o en diferentes aleaciones de metales y al igual que nos adjudican la agricultura para la que es importantísimo conocer el cielo y el paso de las estaciones si no serían las mujeres las primeras astrónomas, pasándole después a los hombres los saberes adquiridos y descubiertos. ¿Qué pensáis u opináis sobre todo esto?

Teresa Pequeño

3 comentarios:

  1. Vaya por delante mi enhorabuena por la creación de este espacio.
    Tu última reflexión acerca de la verdadera importancia que pudieron tener las mujeres en los primeros momentos de la Historia de la Humanidad, me ha recordado un texto muy interesante y muy conocido entre los antropólogos, escrito por Sally Linton y titulado "La mujer recolectora: sesgos machistas en Antropología".

    Os resumo el contenido de su reflexión:

    La antropología, como la gran mayoría de las disciplinas y ciencias académicas, ha sido desarrollada principalmente por varones blancos occidentales durante un período específico de la historia. A consecuencia de esto, tanto las preguntas formuladas como las interpretaciones dadas han sufrido de un fuerte sesgo machista.

    Sally Linton reexamina someramente la evolución del Homo sapiens desde nuestros ancestros primates no-humanos, focalizando su estudio en el concepto del “Hombre Cazador” desarrollado por Sherwood Washburn y C. Lancaster (1968).

    Washburn y Lancaster afirmaban que era el varón quien cazaba, que cazar era mucho más que una actividad económica, y que muchas de las características en las que pensamos como específicamente humanas están relacionadas con la caza. Decían “la biología, la psicología y las costumbres que nos separan de los simios se las debemos a los cazadores del pasado”. Es decir, consideran que la caza fue la actividad decisiva que desencadenó la evolución del simio al humano. Y ya que eran los varones los que cazaban, las mujeres quedamos fuera de la ecuación de esta evolución. Una teoría que deja fuera a la mitad de la especie humana es una teoría desequilibrada, pero, aún así, esta idea del hombre cazador (activo en la evolución humana), mujer recolectora (pasiva), sigue estando muy presente en nuestro imaginario colectivo.

    Hago aquí un paréntesis para señalar algunas de las diferencias encontradas entre los protohomínidos y el Homo sapiens (serán de utilidad para el argumento posterior): la pérdida de la mayor parte del vello corporal, el mayor periodo de gestación en el humano, y el nacimiento con una mayor “inmadurez”, por lo que los bebés humanos son dependientes durante un periodo más prolongado que los protohomínidos.

    Volvamos ahora a lo que formula la teoría del “Hombre Cazador”: al aumentar la dependencia de los hijos, las mujeres quedaron más limitadas y permanecieron en el “hogar base”, recogiendo alimentos, mientras los machos desarrollaban las técnicas de la caza cooperativa, incrementaban sus habilidades de comunicación y organización a través de la caza, y llevaban la carne a casa para sus hembras e hijos dependientes. Se desarrolla así un modelo del macho cazador como principal soporte de “sus” hembras e hijos dependientes.

    La caza, según Washburn y Lancaster, implicaba “cooperación entre machos, planificación, conocimiento de muchas especias y de amplia áreas, y habilidad técnica”. Creen incluso descubrir los inicios del arte en las armas del cazador. Según esta teoría, mientras los hombres estaban fuera cazando, desarrollando sus habilidades, aprendiendo a cooperar, inventando el lenguaje, el arte, creando instrumentos y armas, las mujeres dependientes se quedaban sentadas en el hogar base recogiendo frutos y pariendo hijos.
    Esta reconstrucción deja la impresión de que sólo la mitad de la especie (la masculina) hizo algo que contribuyera a la evolución, como si toda la presión de selección estuviera en los varones y las mujeres fueran las rémoras de la especie (continua…)

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  2. (…) Linton cambia este enfoque y reflexiona acerca del verdadero papel que pudieron tener las mujeres. Es lógico creer que a medida que el periodo de dependencia del niño se fue alargando, las madres empezaron a incrementar el área y las cantidades de su recolección para alimentar también a sus hijos todavía dependientes. Es un sesgo machista describir a estar mujeres como totalmente dependientes de los varones en lo que se refiere a su alimento. En las culturas y colectivos humanos cazadores-recolectores de la actualidad, se observa que las mujeres recolectoras recogen lo suficiente para mantenerse a sí mismas y a sus familias (también cazan pequeños animales). En estos grupos la recolección es la mayor parte de la dieta, y no hay razón para pensar que esto no fuera así en el Plioceno o en el primer Pleistoceno.

    Puesto que no sabemos qué uso tenían los primeros instrumentos de piedra (hachas de mano, etc) es igualmente probable que no fueran armas, sino ayudas en la recolección, ya que ésta además fue esencial mucho antes que la caza. Si en lugar de pensar en términos de herramientas y de armas pensamos en inventos culturales, podemos decir que dos de los primeros y más importantes fueron los recipientes para contener los productos de la recolección y algún tipo de correa o red para acarrear a los niños (esto último debido a la pérdida de vello del cuerpo y la inmadurez de los niños, que no podían y/o no había donde agarrarse).

    Un punto importante en el argumento del Hombre Cazador es que la caza cooperativa entre los machos exigía una mayor habilidad en la organización social y la comunicación, y esto repercutió en una evolución del tamaño y forma del cerebro.
    Linton apunta que los largos períodos de dependencia infantil, los nacimientos más difíciles, un mayor periodo de gestación, etc. exigen también esas habilidades atribuidas exclusivamente a la repercusión de una actividad masculina (la caza). Se ha prestado mucha atención a las habilidades requeridas para la caza y poca a las necesarias para la crianza. Las técnicas que se precisan para una recolección eficiente incluyen la localización e identificación de las diversas plantas, un conocimiento estacional y geográfico, recipientes e instrumentos para llevar y preparar los alimentos. El cuidado de un niño curioso, enérgico pero dependiente es difícil. Se le debe vigilar, pero también enseñar las costumbres, peligros y conocimientos de su grupo, en un momento en que el bagaje cultural y su comunicación simbólica incrementaban.

    El texto de Linton tiene ya sus años, pero, como veis, creo que puede sernos especialmente útil para muchas de las reflexiones que plantea.

    Os dejo las referencias bibliográficas:

    LINTON, Sally (1979). "La mujer recolectora: sesgos machistas en Antropología", en HARRIS, Olivia y YOUNG, Kate (comps.) Antropología y Feminismo. Barcelona: Anagrama

    WASHBURN, S.L. y LANCASTER, J.B. (1968). “The evolution of hunting”, en R. LEE, R. y DeVORE, I. (eds.) Man the Hunter. Chicago: Aldine

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  3. Ánimo, a seguir escribiendo...

    Fdo. Inasio PaMatar

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